Tuesday 13 February 2018

La perenne Merkel


Se antoja un fenómeno general, acaso necesario, el vaciamiento político y la reducción de la cosa pública a la persona, por un lado, y a la manera dizque "técnica"-léase "apolítica"-de enfocar los problemas, por el otro.

The 'Mutti' Complex: Why German Politics Can't Move Beyond Merkel

Wednesday 30 August 2017

On counterproductive sensitivity or a Black Duke of Marlborough

Whenever I go to the theatre, I read customer reviews. To be honest, it might be a masochist habit, but I am far from being an expert in theatre and can’t but yield to anxiety when I must decide between one play or another. So, even if only to confirm my prejudices, I invariably seek someone else’s advice. And while it is natural to assume that an expert's opinion is better, taste remains the most important factor in aesthetic experiences. It is in fact so even when certain “tastes” (i.e. the critics') are attributed a higher value. I myself find customer reviews advantageous for their simplicity: no great comparisons, no pompous abstractions, no allusions to the authors emotional development since he/she was a teenager. Thus, I read my fellows’ reviews on Queen Anne by Helen Edmundson, brought to the West End by the Royal Shakespeare Company.
As in previous occasions, I was swiftly in despair. The first review commended the play on the basis of its historical accuracy, as the reviewer was able to verify all the facts and plots in...Wikipedia. Further down, another deemed the play to be worthy because of its insight into an unknown (?!) period of British history. One more though it necessary to bring up comparisons with characters from Game of Thrones to make the play appealing. But then sense appeared, however reluctantly. A reviewer gave his thoughts on the way actors approached their characters. Sarah something talked about the script’s abuse of historical exposition and its light uncovering of the emotional depths of fascinating relationships. And a Robert said that, although he was aware of the colour-blind-middle-class-sensitive-young audiences; he would not have a black Duke of Marlborough. I cannot tell whether the reviewer was from England or not–although his name made it plausible, but I welcomed his sincerity as an English Oasis. The decision was made.
Indeed, there is something strange about a black man wearing a white wig and ceremonial attire. I see no point in denying a person’s colour; just as I see no point in denying if someone has curly or red hair; if anyone is short or tall. Differences are real–and refreshing–in spite of any millennialish blindness towards them. But is so happens that some differences have been taken to be more than that. Thus, a black man was thought of as less of a person than a white man. In turn, the aristocracy was regarded superior to the rest of humans. Both stupidities persist, even if in disguise and to varying degrees. In any case, they both are essential components of the British Empire… and of any other empire for that matter. Therefore, I couldn't agree more with Robert: it is absurd to think of a black duke of the British Empire.
Of course it’s a matter of historical accuracy: John Churchill, 1st Duke of Marlborough, was white; and no climate change ever made his successors black. But it is also a matter of artistic merit. Think of Aristotle’s Rhetoric and its maxim according to which, in art, one would rather have the impossible plausible than the possible implausible. Possible it might be for the Duke of Marlborough to have been black: there is no contradiction in that. However, no doctoral degree is needed to apprehend the history of racism that underlies the rise of the British Empire, the long-standing trade of black slaves throughout Europe with aristocratic support, the Christians' resistance to depict a black St Agustina of Hippo or a brown Christ, regardless of what the facts of their origins might suggest. A black Duke of Marlborough is just utterly implausible, and having a black actor performing as John Churchill makes it extremely hard for one to be subsumed in the play’s world. Such a twist to so embedded realities unconsciously predisposed me for a mockery of some kind. 
Words and their intonation, along with the costumes and the four-poster beds, convey the required imperial air. So would black people being black and white people being white. It might not be a politically correct thing to say. It certainly rules me out as one of a millennial sensitivity–Gott sei Dank. But in art, the form is of the essence. Ergo: It just doesn’t make any sense to be colour blinded with this kind of plays. Wouldn’t it be absurd to have Anthony Hopkins portraying Martin Luther King Jr. or Brad Pitt incarnating Nelson Mandela.
More importantly: this is an interesting turn of events. Our contemporary concerns with race equality might make it necessary to be colour blinded in many occasions; but in others, its counterproductive: when it fails to capture that fact of human history that made race equality something to fight for. History, in its darkest and more colourful detours, should not be disguised in grey overarching capes.


Monday 21 August 2017

In-intelectuales

Escribe un internacionalista “La cantaleta del principio de la no intervención de la política exterior mexicana es una payasada. Intervenimos cuando Franco y Pinochet.” Eso dijo a raíz de la postura mexicana ante la calamidad venezolana y la conducta de Maduro. Dijo o escribió, aún no me decido puesto que se trata de un tuit (de agosto 10, 2017), y aquí parece que las libertades al pensar son las mismas que cuando uno habla… sentado, en un bar, bebido y con la camisa desabrochada. Y supongo que está bien, en general. Salvo por las particularidades del caso. Me explico.
Carlos Elizondo Mayer-Serra es Doctor y Maestro en ciencia política. También estudió la licenciatura en relaciones internacionales en El Colegio de México. Es uno de tantos a quienes se les paga por saber y enseñar. Y en su calidad de experto interviene con potente audio parlante en el debate público: televisión, prensa, etc. La inexorable realidad del costo de oportunidad me hace leerle menos de lo que podría. Sin embargo, reconozco que tiene sus seguidores, y que cumple en formar opinión. Justo por eso ahora escribo sobre su tuit.
Como es sabido, mucho de lo que puede y debe el Presidente está contenido en el Artículo 89 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, la conducción de la política exterior incluida. También hay regulación secundaría; abundantísima al grado que uno podría entender que a un especialista se le escape cierta variación. Acaso sería más defendible. Pero es más difícil aceptar que un especialista ignore –porque desconozca o porque soslaye– un cambio constitucional en su materia. Diría, con bonhomía, que es muy poco profesional.
Resulta que en 1989 (al tiempo que el doctor estudiaba relaciones internacionales) se quisieron plasmar en la Constitución los principios rectores de nuestra conducta internacional. Dice, pues, el artículo 89 en su fracción número 10:
En la conducción de tal política [exterior], el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales.
Dan igual, por lo pronto, los méritos de la doctrina Carranza o de la doctrina Estrada que inspiran algunos de estos lineamientos. Su origen y prevalencia se entienden por las peculiaridades de nuestra historia. Incluso da igual la sapiencia de consignar en la Constitución lineamientos para la política exterior. Esa sería una discusión distinta. Lo que es claro es que la no intervención mexicana en asuntos ajenos en absoluto es una cantaleta. Dice la RAE que “cantaleta” significa: “Ruido y confusión de voces e instrumentos con que se hacía burla de alguien. Canción burlesca con que, ordinariamente de noche, se hacía mofa de una o varias personas. Chasco, vaya, zumba.” Lo traigo a cuento por aquello de decir cosas sin reparar en lo que se dice… pero no me hagan explicar qué es una “payasada”.
Mi punto: es triste ver la ligereza con la que se participa en el debate público. He aquí un experto que ignora –por desconocer o soslayar– que la no intervención es un principio constitucional y sobaja su aplicación. El especialista se apresta para dictar qué se debe hacer sin detenerse a pensar en las particularidades del caso –como una constricción constitucional–. Insisto, lo reprobable no es una opinión sobre este principio constitucional; sino que ni siquiera se puede tener esta discusión porque el principio –constitucional– es una “cantaleta”. Hay que ver el desenfado con el que se pretende formar opinión.

Los más de los comentócratas, paladines de la democracia, reconocen la importancia que tiene el debate público. Sería bueno que la reconocieran desde la primera persona del singular.